miércoles, 8 de julio de 2015

Rabia


Como dejar un libro sin terminar, o a pocas páginas del final feliz. Como dar el último salto y quedarse petrificada a centímetros de la meta. Ver el vaso siempre medio lleno pero inestable como un diente de león esquivando el viento. Como una pompa de chicle que crece hasta estallarte en la cara. Dejarte las entrañas para alcanzar el tren que no te va a esperar por cuestión de milésimas de segundo. Una gotera persistente. Tratar de aferrarte a recuerdos que cada día están más borrosos pero cada vez taladran más el alma. Cuando enciendes la radio con ganas de sumergirte entre el volante y el cigarro y está justo terminando tu canción preferida. Estrujarte el cerebro porque no consigues decir la palabra que buscas, y perder una eternidad hasta dar con ella, dejando en segundo plano la conversación. “Te lo dije” habla por sí solo. 


Deshacer la maleta después de irte lejos con la esperanza de no encontrarte los problemas a la vuelta. Cuando se te está cayendo la tostada al suelo y ya sabes que te has quedado sin desayuno. Ese mosquito que decide jugar con tu pelo y tu almohada a altas horas de la noche. Cuando la máquina expendedora te declara la guerra y te deja sin dinero y sin Coca Cola. Cuando, por mucho que trates de curarlo con el tiempo, tu corazón no deja de llorar. Cuando das tres pasos y te pasas, pero sabes que si hubieses dado uno o dos te hubieses quedado corta. Cuando juegas a perder y ganas. Divisar su espalda alejándose para no volver. Sentir el agujero de tu corazón cuando le piensas. Rabia .

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