Estar
preparado es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el
momento adecuado es la clave de la vida. Eso decía Arthur Schnitzler durante
sus años de vida. Y eso es lo que aplico yo a la mía.
Carpe
Diem. La felicidad no es un modo de vida, tampoco es una actitud. La felicidad
son esos momentos que a veces pueden durar milésimas de segundos, que aparecen por
arte de magia, porque eso es lo bonito de la vida, y hay que saber aprovecharlos
para saborear su dulzor. La felicidad son esas burbujitas que le dan efervescencia
a la vida.
La
felicidad, dentro de la dura lucha que requiere encontrarla y exprimirla cada día,
tiene un mecanismo tan simple que demasiadas veces es imperceptible al ojo
humano. Puede hacerte despegar en los días más oscuros pero ¿quién tiene la
llave? Pues nosotros mismos señores… Porque podemos llamar felicidad a un esbozo de
sonrisa entre un mar de lágrimas, a unas piernas llenas de cicatrices corriendo
siempre hacia delante, a la pérdida de
un amor en el hombro de una amistad fuerte... Permitir que los rayos del sol salgan aunque sea por un recoveco de la comisura de tus labios es un triunfo, un León de Oro en Cannes o la Copa del Mundo. Y cuando eso llega hay que alzar las
manos para que se aprecie el trofeo del optimismo.
Mi
felicidad tiene nombre y apellido, y somos nosotros.